En cualquier momento, en cualquier lugar, la quietud nos muestra la belleza al natural. Puede que al borde del camino un árbol centenario nos haga levantar los ojos para contemplar su altura y él, atado a la tierra cómo está, nos regala humildemente lo mejor que tiene: el color y el aroma de sus flores...
La quietud no se adapta a nosotros y en el día a día vemos solo a medias la belleza de cuanto nos rodea y no tenemos demasiadas flores en las palabras, sin embargo; todo nos habla, todo nos canta y aún sin palabras recibimos los mejores regalos de la naturaleza estática...
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