Eran sólo conocidos pero siempre se sonreían, no tenían la misma edad y entre ellos crecía día a día una amistad silenciosa, basada en la profundidad, que cada uno llevaba...
Cuando llovía, ninguno de los dos llevaba paraguas, se reían con la misma risa y se mojaban con la misma agua...
Los dos tomaban café en dos mesas separadas y los dos eran artistas en regalarse sonrisas...
Las sonrisas sin palabras perduraron en el tiempo y cuando al fin se hablaron, fue como si se conociesen de toda la vida...
A veces nos olvidamos de los milagros, de una mirada, una sonrisa, porque no queremos arriesgarnos a mojarnos, ni compartir la alegría de vivir...