De la penumbra se asoman esos gigantes dormidos, esos seres olvidados: los árboles...
Silenciosos y locuaces, osados y sencillos, que siendo solo arboles parecen niños...
Bajo el tenue resplandor de la arboleda, todas nuestras confidencias cobran vida...
Los árboles, conocen nuestra historia, tienen memoria...
Amanece lentamente sobre la ciudad dormida y los hombres se apresuran sin saber el por qué de sus prisas y sin ser capaces de una sonrisa...
A la vuelta de la esquina de las prisas de los hombres, la arboleda nos abraza y nada mejor, que ese amor hecho caricia, ese verdor y la voz del silencio acogedor...