Bajo aquellas ruinas, las altas bóvedas nos parecieron un cielo de verdad...
Todos nuestros cansancios se quedaron suspendidos en la densa oscuridad...
El frío, que llevaba nuestro cuerpo se fue desprendiendo y esa capa etérea, que nos había servido en todos los caminos, se convirtió en un tibio abrigo. Al quedarnos dormidos, supimos que el amor existe...
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